
A propósito de Tánger
Existen distintas miradas hacia un mismo destino; Tánger es como la queramos ver. Aunque conociéndola, podría asegurar que su visita puede ser estrictamente turística o totalmente emocional; la emocional es la que imprime la verdad de Tánger.
Hay quienes han rehusado esta ciudad como destino, pasando de puntillas, entendiéndola como una ciudad de tránsito, «la puerta de África». Hay quienes obedecieron a la doctrina de las agencias de viajes donde se les informaba que ya hacía mucho tiempo que se eliminó del Circuito de las Ciudades Imperiales. Hay quienes sostienen que su exotismo ha cedido ante cualquier occidentalismo, y que quizás sea la menos marroquí de las ciudades, aunque también deberían conocer que su historia transcurrió de forma independiente a la del propio Marruecos, al menos desde 1910 hasta 1957. Años en los que aquella ciudad fue escenario de múltiples circunstancias, y todas ellas occidentales: el Tánger Internacional.
El testimonio de su peculiar historia permanece vivo todavía y cuenta de ello se vislumbra en la arquitectura de la ciudad, en sus calles, su nomenclatura, rótulos de establecimientos y, sobre todo, en la memoria de sus habitantes.
Tánger se construyó -como todas las ciudades marroquíes- desde una Kasbah, que mas tarde abrazaría una Medina, ambas amuralladas: la ciudad antigua, la más exótica.
Muchos años después, hacia 1926, se inició la ampliación de la ciudad ya fuera de sus murallas, un arrabal que terminó por configurar una urbe tal como la conocemos hoy. La construcción de aquella nueva ciudad extramuros –ciudad nueva– fue iniciada y continuada por extranjeros de diversos orígenes europeos, principalmente británicos, franceses, italianos, belgas, holandeses y españoles, además de judíos. De todos ellos aun se evidencian sus barrios, entre ellos el holandés, el español, el italiano, el francés, el inglés y el judío; barrios donde levantaron sus propias residencias, legaciones, hospitales, colegios, oficinas de correos, oficinas de cambio de moneda, cementerios, así como iglesias y sinagogas. Ninguna otra ciudad en la historia de Marruecos ha compartido diferentes monedas de distintos países y todas de curso legal, sellos de correos, y menos aun el respeto por los distintos credos. Tánger, actualmente y como herencia de su pasado, continúa conviviendo con otras religiones que no son la suya, por lo que mantienen viva su presencia iglesias católicas, anglicanas y sinagogas; los cementerios también permanecen respetados, sea el español, el inglés o el judío. Hospitales y colegios europeos continúan con su actividad.
Las circunstancias que rodearon a Tánger hicieron de esta una ciudad a trozos, medio marroquí medio europea; protectorados, estatutos internacionales, invasión franquista, refugio de emigrantes y judíos, de huidos de diferentes guerras, compusieron un puzzle difícil de comprender si no se conoce su génesis.
Resultado de todo ello hace que Tánger simbolice un cierto europeísmo heredado de su pasado. Su Estatuto Internacional le permitió ser independiente a todos los efectos de Marruecos, así como un puerto franco. Destino entonces para europeos y americanos, indios y judíos, unos adinerados, otros en busca de trabajo, otros de refugio, y algunos en busca de una libertad impensable en cualquier otro lugar, aunque todos seducidos por su exotismo, desde Barbara Hutton a Malcom Forbes quienes construyeron sus palacetes allí, lo que supuso que Tánger contase con la primera librería que se inauguró en el norte de África: la Librairie des Colonnes, el primer cementerio de mascotas del continente africano, la primera ciudad donde EE.UU dispuso de una propiedad fuera de su territorio, donde el director Michael Curtiz se inspiró para rodar la película Casablanca, o sus cafés y terrazas que siempre intentaron recrear un aire afrancesado para atender a sus visitantes.
Tánger permaneció en el más profundo de los olvidos hasta 2007. Desde entonces, una decidida apuesta por parte del Gobierno de Rabat por competir por el turismo más europeo así como por el negocio portuario mediterráneo le ha llevado a construir uno de los más espectaculares puertos deportivos y el puerto comercial más dimensionado y competitivo del Mediterráneo.
El sueño del gobierno marroquí por competir con Europa y poner a Tánger en el mapa de los destinos turísticos es ya una realidad. La ciudad se ha renovado y también expandido, en ocasiones, en detrimento de su propia identidad. A quienes se sienten atraídos por la esencia de esa ciudad les cuesta admitir el acelerado proceso de modernización del que está siendo objeto; una metamorfosis de Tánger como epicentro turístico al uso. Y es que Tánger ya ha despertado de su letargo.
La mirada de los viajeros más puristas o de aquellos que conocen su historia saben bien que si alguna verdad o misterio esconde Tánger, eso lo hace en la Kasbah, en la Medina, o en la antigua “ciudad nueva”.
Afortunadamente, Tánger continúa siendo una auténtica «máquina del tiempo».